Necesitamos aprender a relacionarnos entre nosotros en medio
de nuestra iglesia local y también con los hermanos de otras congregaciones. Un
elemento esencial en ese aprendizaje es entender cómo debemos solucionar los
conflictos dentro de la iglesia. En efecto, los conflictos son un aspecto
recurrente de las relaciones interpersonales que acontecen en la iglesia,
principalmente por dos razones: primero, porque somos diferentes debido a
nuestras preferencias o gustos, nuestras opiniones, nuestras debilidades y
fortalezas, nuestra forma de pensar y de accionar, y posiblemente un largo
etcétera. Y segundo, porque fuera del cuerpo de Cristo hemos aprendido otras
formas de relacionarnos con las personas (que no necesariamente se basan en el
amor, la misericordia y la justicia, propios del cristianismo) y otras formas
de solucionar conflictos (como el chisme, la discusión, la negligencia o la
venganza). Es por ello, que se hace ineludible reaprender a la luz de la
palabra de Dios como debemos tratarnos, y especialmente como debemos solucionar
los conflictos entre nosotros.
Jesús, profundamente consciente de la inclinación humana al
conflicto, nos proveyó de una metodología muy clara para resolver los problemas
que surgirían en nuestras relaciones interpersonales. Este proceso para
solucionar los conflictos se encuentra en el capítulo 18 de Mateo, del
versículo 15 al 17, donde cada versículo puede verse como un paso a seguir.
Mateo 18:15-17
15 Por tanto, si tu
hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.
16 Más si no te oyere,
toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra.
17 Si no los oyere a
ellos, dilo a la iglesia; y si no
oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano.
Entonces, como puede apreciarse en cada versículo de este
pasaje, la metodología de Jesús para resolver un conflicto implica tres pasos
simples pasos. Si usted tiene una disputa, una discordia, una tensión, un
conflicto, o cualquier clase de problema con un hermano de su iglesia local o
de otra congregación, lo primero que debería hacer es hablar a solas con la
persona con la que tiene el problema. Si no logra llegar a un acuerdo, debe
buscar otra ocasión para seguir conversando pero con algunos testigos, y
finalmente si el anterior paso no funciona, puede usted hablarlo a la iglesia,
lo que significa que puede hacer público el conflicto, y permitir que la
iglesia determine una sentencia o solución.
Este proceso o metodología de tres pasos, implica la
existencia de un principio necesario en la resolución del asunto. Dicho
principio es ir de lo privado a lo
público. No es lo contrario, no es ir de lo público a lo privado. Vea
usted, que primero se resuelve a solas, luego se incluyen dos o tres personas,
y finalmente se hace conocido a la iglesia. Ahora bien, ¿será qué eso es lo que
hacemos cuando tenemos un conflicto en la iglesia?, ¿O lo comentamos con
nuestras amistades primero, presencialmente o por WhatsApp? ¿Nos descargamos en
Facebook primero? Pareciera que eso es lo que más ocurre, pero es lo que sin
duda no debería pasar.
Además de que vamos al revés del principio de Dios para
resolver los conflictos, usualmente también hacemos uso de otros mecanismos
para zanjar nuestras disputas con los hermanos. ¿Cuáles son esos mecanismos que
debemos aprender a no ocupar?
El primero de ellos es la murmuración, que es hacer
comentarios negativos de la persona con la que tenemos el conflicto, sin que
ella esté presente. La murmuración o el chisme se nos aparece muchas veces como
un medio necesario debido a que, al conversar el problema con amistades o con otras
personas, creemos que con eso sumaremos apoyo social a nuestra causa o a
nuestro bando, como si acaso tener a Dios de nuestro lado, como escudo, roca
fuerte y fortaleza no fuera suficiente. Por lo demás, es evidente que Dios
condena duramente el chisme o la murmuración.
1 corintios 10:10 Ni murmuréis, como algunos de ellos
murmuraron, y perecieron por el destructor.
Un segundo mecanismo del que hacemos uso es la discusión, en
el sentido negativo del término, no como la acción de dialogar, más bien hablando
enojados sin tratar de resolver, sino de imponer nuestra posición sobre el
asunto en una abierta actitud de pelear. En este mecanismo, al creer que
tenemos la razón, pensamos que en nuestra pelea el imponer nuestra mirada es
hacer justicia. Sin embargo, en nuestra ira no obra la justicia de Dios. Es
entendible que, si efectivamente tenemos la razón, estemos molestos, pero es
mejor esperar el tiempo necesario para calmarnos primero y luego conversar con
la verdadera intención de llegar a la reconciliación, y no a pelear o
imponernos sobre las personas, y mucho menos insultarlas para terminar siendo
presos del infierno. Después de todo, como cristianos debemos perdonar para que
Dios también nos perdone.
Filipenses 2:14-16
Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y
sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y
perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo.
Santiago 1:19-20 Por
esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar,
tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
Mateo 5:22 Pero yo os
digo que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable ante la
corte; y cualquiera que diga: ``Raca (inútil) a su hermano, será culpable
delante de la corte suprema; y cualquiera que diga: Idiota, será reo del
infierno de fuego.
Mateo 6:14-15 Porque si
perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro
Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro
Padre os perdonará vuestras ofensas.
Un tercer mecanismo es la omisión, que consiste en dejar
pasar a situación sin hacer nada, simplemente obviar lo que ocurrió decidiendo
no hablar sobre el tema. Este mecanismo nos promete que el problema quedará en
el pasado, y que al no hacer nada nos estamos evitando un problema adicional.
Sin embargo, los pecados no solo son por acción o pensamiento, sino también por omisión, es
decir, por saber que es lo correcto que debemos hacer y aun así no hacerlo. Si
usted leyó hasta acá ya sabe que debe dialogar, yendo de lo privado a lo
público, el no hacerlo es omitir una instrucción de Dios.
Santiago 4:17 y al que
sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.
Un cuarto mecanismo para zanjar los conflictos es la
venganza, que consiste en efectuar algún daño sobre aquellos que nos han
dañado, prometiendo equilibrar la situación, haciendo justicia por nosotros
mismos. Lamentablemente este es un mecanismo usado recurrentemente, no siempre
con un gran acto de venganza que de una vez “equilibre el daño recibido”, sino que a veces por medio de pequeños pero
continuos actos de castigo. “La ley del hielo” es una práctica cultural arraigada
que parece un buen ejemplo de esto. El mayor problema con este mecanismo es que
la venganza es algo que, bíblicamente, pertenece a Dios, no nos pertenece a
nosotros. Por lo tanto, al vengarnos, estamos robándole a Dios algo que es de
su propiedad.
Romanos 12:19 Amados,
nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque
escrito está: mía es la venganza, yo
pagaré, dice el Señor.
La murmuración, la discusión o pleito, la omisión y la
venganza, son mecanismos usados comúnmente en el mundo para tratar de zanjar
(pero jamás resolver) un conflicto. Generalmente, el primer y tercer mecanismo
es usado por aquellas personas de personalidad introvertida, aquellos que dicen
ser tímidos. Mientras que el segundo y cuarto mecanismo es usado por personas
de “carácter fuerte”, “mal carácter” o temperamento explosivo. Es por ello, que
el desaprender esos mecanismo y aprender el proceso de resolución de conflictos
del cielo, implica también sujetar nuestra forma de ser, nuestra personalidad y
carácter al Espíritu Santo.
Ahora bien, en esencia tenemos
dos opciones básicas para relacionarnos con nuestro hermano. La primera
opción es aborrecerlo, que si bien parece ser una alternativa muy fuerte y poco
usada, en realidad ocurre en no pocas ocasiones, cuando no valoramos, no estimamos,
o simplemente rechazamos a alguien que también ha sido creado a imagen y
semejanza de Dios. Cuando aborrecemos a un hermano dejamos de amar a Dios, y de
cierta forma también aborrecemos a Dios, porque nuestro hermano es parte del
cuerpo de Cristo, y al no amarlo estamos dejando de amar a Cristo. Y por el
contrario, si queremos amar más a Dios, podemos empezar a amar más a nuestros
hermanos, que son parte del cuerpo de Cristo, y entonces también estaremos
amando más a Dios. En definitiva, es imposible decir que amamos a Dios mientras
que aborrecemos a nuestro hermano.
1 Juan 4:20 Si alguno
dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama
a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?
Una segunda opción para relacionarnos con nuestros hermanos
es estableciendo el perfecto vínculo que es el amor. Ese amor que Dios nos pide
se manifiesta en armonía y unidad. La armonía entre los hermanos es deliciosa
para Dios. Piense por un momento en su comida favorita y al sentir esa sensación
de delicia, tendrá una idea de lo que Dios siente cuando ve que sus hijos viven
armoniosamente. ¿Será delicioso para Dios ver su congregación? ¿La relación que
existe entre los hermanos de su iglesia local producirá deleite en Dios? Esa relación
de armonía no solo será algo delicioso para Dios, también trae una promesa para
nosotros, que consiste en que el Señor enviará bendición y vida eterna donde el
ve ese tipo de relacionamiento.
Juan 13:34 Un
mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que
también os améis unos a otros.
Salmo 133:1-3 Mirad cuan bueno y delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío del Hermón, que desciende sobre los montes de Sión: porque allí envía Jehová bendición y vida eterna.
Ese amor que debe guiar nuestras relaciones en la iglesia también
debe manifestarse en la unidad. Uno de los pasajes bíblicos que más llama la
atención sobre este asunto es el capítulo 17 del evangelio de Juan, pues relata
una de las últimas oraciones de Jesús antes de morir en la cruz, y por lo tanto
de seguro habrá orado por aquello que sinceramente él consideraba lo más
importante. Es decir, alguien que sabe que morirá pronto, usará sus oraciones
para pedir por aquello que realmente es relevante. Pues bien, para Jesús la
unidad de sus discípulos y de todos los creyentes era de la más alta
importancia. La promesa de esa unidad, que debía ser como la misma unidad que
existe entre el Padre, el hijo y el Espíritu Santo (he ahí la aplicación
práctica de la doctrina de la trinidad), permitiría que el mundo creyese en la
venida de Cristo, y aún la misma gloria de Dios sería dada a nosotros a causa
de esa unidad.
Juan 17: 21-23 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y
yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como
nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me
enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.
Si pensamos que esto es difícil, imaginémonos lo que esto
significaba para discípulos como Simón, llamado también Simón “el Zelote”
porque pertenecía a un movimiento social y político que hacía uso de la fuerza
y la violencia buscando la independencia de Israel en contra del imperio romano
y de sus colaboradores, y por otro lado, a Mateo, un recaudador de impuestos, impuestos
que eran usados para sostener los gastos del imperio romano en su ocupación de
Israel. De este modo, Mateo era un enemigo a quien Simón debería haber matado.
Pero Jesús les pedía que se amaran, que fueran uno. O imagínese la enorme
diferencia entre el apóstol Pablo, un hombre profundamente estudioso de la
palabra quien hoy podría ser un académico o doctor en teología o divinidades, y
por otro lado, el apóstol Pedro que era un pescador, probablemente sin mayores
estudios, y a pesar de sus diferencias, Dios los escoge para extender el reino
y su iglesia.
Finalmente, habiendo entendido cual es el proceso o
metodología de Jesús para resolver los conflictos, los erróneos mecanismos más
usados para zanjar las controversias y las opciones básicas que tenemos para
relacionarnos con nuestros hermanos, ¿a qué causa podríamos atribuirle el
surgimiento de los conflictos en nuestras relaciones interpersonales en el
contexto congregacional? El libro de Santiago nos entrega luz respecto a la
razón por la cual surgen los pleitos y contiendas.
Santiago 4:1 ¿De dónde
vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?
Para Santiago, los conflictos que tenemos provienen de
nuestras pasiones. Una pasión es un sentimiento que consiste en un anhelo o
deseo intenso que se tiene sobre algo o alguien. Como la pasión por un equipo
de futbol, por un video juego, por un artista o cantante, por el dinero, o por
un famoso(a). Es evidente que una pasión muy fuerte puede llevarnos a una
disputa, como ocurre en el caso del futbol.
Entonces, si tenemos un conflicto debemos saber cómo
solucionarlo correctamente, por medio del proceso que Dios ha indicado en su
palabra, aplicando el principio de ir de lo privado a lo público, a la vez que
evitamos hacer uso de otros mecanismos que no resuelven el problema sino que lo
agravan, y optamos por agradar y amar a Dios, amando también a nuestro hermano.
Pero también hemos de evitar que el conflicto pueda llegar a surgir, cambiando
nuestro corazón, cambiando nuestras pasiones, para que Cristo Jesús y su Reino sean
nuestro mayor y profundo anhelo. Pues el mundo, sumergido cada cierto tiempo en
conflictos y guerras, debería ver en la iglesia una forma correcta de manejar y
solucionar estos problemas nacionales y globales.
Ángelo Palomino