martes, 29 de agosto de 2017

¿Cómo solucionar los conflictos dentro de la iglesia?




Necesitamos aprender a relacionarnos entre nosotros en medio de nuestra iglesia local y también con los hermanos de otras congregaciones. Un elemento esencial en ese aprendizaje es entender cómo debemos solucionar los conflictos dentro de la iglesia. En efecto, los conflictos son un aspecto recurrente de las relaciones interpersonales que acontecen en la iglesia, principalmente por dos razones: primero, porque somos diferentes debido a nuestras preferencias o gustos, nuestras opiniones, nuestras debilidades y fortalezas, nuestra forma de pensar y de accionar, y posiblemente un largo etcétera. Y segundo, porque fuera del cuerpo de Cristo hemos aprendido otras formas de relacionarnos con las personas (que no necesariamente se basan en el amor, la misericordia y la justicia, propios del cristianismo) y otras formas de solucionar conflictos (como el chisme, la discusión, la negligencia o la venganza). Es por ello, que se hace ineludible reaprender a la luz de la palabra de Dios como debemos tratarnos, y especialmente como debemos solucionar los conflictos entre nosotros.

Jesús, profundamente consciente de la inclinación humana al conflicto, nos proveyó de una metodología muy clara para resolver los problemas que surgirían en nuestras relaciones interpersonales. Este proceso para solucionar los conflictos se encuentra en el capítulo 18 de Mateo, del versículo 15 al 17, donde cada versículo puede verse como un paso a seguir.

Mateo 18:15-17

15 Por tanto, si tu hermano peca contra ti, ve y repréndele estando tú y él solos; si te oyere, has ganado a tu hermano.

16 Más si no te oyere, toma aún contigo a uno o dos, para que en boca de dos o tres testigos conste toda palabra.

17 Si no los oyere a ellos, dilo a la iglesia; y si no oyere a la iglesia, tenle por gentil y publicano.

Entonces, como puede apreciarse en cada versículo de este pasaje, la metodología de Jesús para resolver un conflicto implica tres pasos simples pasos. Si usted tiene una disputa, una discordia, una tensión, un conflicto, o cualquier clase de problema con un hermano de su iglesia local o de otra congregación, lo primero que debería hacer es hablar a solas con la persona con la que tiene el problema. Si no logra llegar a un acuerdo, debe buscar otra ocasión para seguir conversando pero con algunos testigos, y finalmente si el anterior paso no funciona, puede usted hablarlo a la iglesia, lo que significa que puede hacer público el conflicto, y permitir que la iglesia determine una sentencia o solución. 

Este proceso o metodología de tres pasos, implica la existencia de un principio necesario en la resolución del asunto. Dicho principio es ir de lo privado a lo público. No es lo contrario, no es ir de lo público a lo privado. Vea usted, que primero se resuelve a solas, luego se incluyen dos o tres personas, y finalmente se hace conocido a la iglesia. Ahora bien, ¿será qué eso es lo que hacemos cuando tenemos un conflicto en la iglesia?, ¿O lo comentamos con nuestras amistades primero, presencialmente o por WhatsApp? ¿Nos descargamos en Facebook primero? Pareciera que eso es lo que más ocurre, pero es lo que sin duda no debería pasar.

Además de que vamos al revés del principio de Dios para resolver los conflictos, usualmente también hacemos uso de otros mecanismos para zanjar nuestras disputas con los hermanos. ¿Cuáles son esos mecanismos que debemos aprender a no ocupar?

El primero de ellos es la murmuración, que es hacer comentarios negativos de la persona con la que tenemos el conflicto, sin que ella esté presente. La murmuración o el chisme se nos aparece muchas veces como un medio necesario debido a que, al conversar el problema con amistades o con otras personas, creemos que con eso sumaremos apoyo social a nuestra causa o a nuestro bando, como si acaso tener a Dios de nuestro lado, como escudo, roca fuerte y fortaleza no fuera suficiente. Por lo demás, es evidente que Dios condena duramente el chisme o la murmuración.

1 corintios 10:10  Ni murmuréis, como algunos de ellos murmuraron, y perecieron por el destructor.

Un segundo mecanismo del que hacemos uso es la discusión, en el sentido negativo del término, no como la acción de dialogar, más bien hablando enojados sin tratar de resolver, sino de imponer nuestra posición sobre el asunto en una abierta actitud de pelear. En este mecanismo, al creer que tenemos la razón, pensamos que en nuestra pelea el imponer nuestra mirada es hacer justicia. Sin embargo, en nuestra ira no obra la justicia de Dios. Es entendible que, si efectivamente tenemos la razón, estemos molestos, pero es mejor esperar el tiempo necesario para calmarnos primero y luego conversar con la verdadera intención de llegar a la reconciliación, y no a pelear o imponernos sobre las personas, y mucho menos insultarlas para terminar siendo presos del infierno. Después de todo, como cristianos debemos perdonar para que Dios también nos perdone.

Filipenses 2:14-16 Haced todo sin murmuraciones y contiendas, para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin mancha en medio de una generación maligna y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo.

Santiago 1:19-20 Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse; porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.

Mateo 5:22 Pero yo os digo que todo aquel que esté enojado con su hermano será culpable ante la corte; y cualquiera que diga: ``Raca (inútil) a su hermano, será culpable delante de la corte suprema; y cualquiera que diga: Idiota, será reo del infierno de fuego.

Mateo 6:14-15 Porque si perdonáis a los hombres sus ofensas, os perdonará también a vosotros vuestro Padre celestial; más si no perdonáis a los hombres sus ofensas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestras ofensas.

Un tercer mecanismo es la omisión, que consiste en dejar pasar a situación sin hacer nada, simplemente obviar lo que ocurrió decidiendo no hablar sobre el tema. Este mecanismo nos promete que el problema quedará en el pasado, y que al no hacer nada nos estamos evitando un problema adicional. Sin embargo, los pecados no solo son por acción o  pensamiento, sino también por omisión, es decir, por saber que es lo correcto que debemos hacer y aun así no hacerlo. Si usted leyó hasta acá ya sabe que debe dialogar, yendo de lo privado a lo público, el no hacerlo es omitir una instrucción de Dios.

Santiago 4:17 y al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado.

Un cuarto mecanismo para zanjar los conflictos es la venganza, que consiste en efectuar algún daño sobre aquellos que nos han dañado, prometiendo equilibrar la situación, haciendo justicia por nosotros mismos. Lamentablemente este es un mecanismo usado recurrentemente, no siempre con un gran acto de venganza que de una vez “equilibre el daño recibido”,  sino que a veces por medio de pequeños pero continuos actos de castigo. “La ley del hielo” es una práctica cultural arraigada que parece un buen ejemplo de esto. El mayor problema con este mecanismo es que la venganza es algo que, bíblicamente, pertenece a Dios, no nos pertenece a nosotros. Por lo tanto, al vengarnos, estamos robándole a Dios algo que es de su propiedad. 

Romanos 12:19 Amados, nunca os venguéis vosotros mismos, sino dad lugar a la ira de Dios, porque escrito está: mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor.

La murmuración, la discusión o pleito, la omisión y la venganza, son mecanismos usados comúnmente en el mundo para tratar de zanjar (pero jamás resolver) un conflicto. Generalmente, el primer y tercer mecanismo es usado por aquellas personas de personalidad introvertida, aquellos que dicen ser tímidos. Mientras que el segundo y cuarto mecanismo es usado por personas de “carácter fuerte”, “mal carácter” o temperamento explosivo. Es por ello, que el desaprender esos mecanismo y aprender el proceso de resolución de conflictos del cielo, implica también sujetar nuestra forma de ser, nuestra personalidad y carácter al Espíritu Santo.

Ahora bien, en esencia tenemos dos opciones básicas para relacionarnos con nuestro hermano. La primera opción es aborrecerlo, que si bien parece ser una alternativa muy fuerte y poco usada, en realidad ocurre en no pocas ocasiones, cuando no valoramos, no estimamos, o simplemente rechazamos a alguien que también ha sido creado a imagen y semejanza de Dios. Cuando aborrecemos a un hermano dejamos de amar a Dios, y de cierta forma también aborrecemos a Dios, porque nuestro hermano es parte del cuerpo de Cristo, y al no amarlo estamos dejando de amar a Cristo. Y por el contrario, si queremos amar más a Dios, podemos empezar a amar más a nuestros hermanos, que son parte del cuerpo de Cristo, y entonces también estaremos amando más a Dios. En definitiva, es imposible decir que amamos a Dios mientras que aborrecemos a nuestro hermano.

1 Juan 4:20 Si alguno dice: Yo amo a Dios, y aborrece a su hermano, es mentiroso. Pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, ¿cómo puede amar a Dios a quien no ha visto?

Una segunda opción para relacionarnos con nuestros hermanos es estableciendo el perfecto vínculo que es el amor. Ese amor que Dios nos pide se manifiesta en armonía y unidad. La armonía entre los hermanos es deliciosa para Dios. Piense por un momento en su comida favorita y al sentir esa sensación de delicia, tendrá una idea de lo que Dios siente cuando ve que sus hijos viven armoniosamente. ¿Será delicioso para Dios ver su congregación? ¿La relación que existe entre los hermanos de su iglesia local producirá deleite en Dios? Esa relación de armonía no solo será algo delicioso para Dios, también trae una promesa para nosotros, que consiste en que el Señor enviará bendición y vida eterna donde el ve ese tipo de relacionamiento.

Juan 13:34 Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros.

Salmo 133:1-3 Mirad cuan bueno y delicioso es habitar los hermanos juntos en armonía! Es como el buen óleo sobre la cabeza, el cual desciende sobre la barba, la barba de Aarón, y baja hasta el borde de sus vestiduras; como el rocío del Hermón, que desciende sobre los montes de Sión: porque allí envía Jehová bendición y vida eterna. 

Ese amor que debe guiar nuestras relaciones en la iglesia también debe manifestarse en la unidad. Uno de los pasajes bíblicos que más llama la atención sobre este asunto es el capítulo 17 del evangelio de Juan, pues relata una de las últimas oraciones de Jesús antes de morir en la cruz, y por lo tanto de seguro habrá orado por aquello que sinceramente él consideraba lo más importante. Es decir, alguien que sabe que morirá pronto, usará sus oraciones para pedir por aquello que realmente es relevante. Pues bien, para Jesús la unidad de sus discípulos y de todos los creyentes era de la más alta importancia. La promesa de esa unidad, que debía ser como la misma unidad que existe entre el Padre, el hijo y el Espíritu Santo (he ahí la aplicación práctica de la doctrina de la trinidad), permitiría que el mundo creyese en la venida de Cristo, y aún la misma gloria de Dios sería dada a nosotros a causa de esa unidad.

Juan 17: 21-23 para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste. La gloria que me diste, yo les he dado, para que sean uno, así como nosotros somos uno. Yo en ellos, y tú en mí, para que sean perfectos en unidad, para que el mundo conozca que tú me enviaste, y que los has amado a ellos como también a mí me has amado.

Si pensamos que esto es difícil, imaginémonos lo que esto significaba para discípulos como Simón, llamado también Simón “el Zelote” porque pertenecía a un movimiento social y político que hacía uso de la fuerza y la violencia buscando la independencia de Israel en contra del imperio romano y de sus colaboradores, y por otro lado, a Mateo, un recaudador de impuestos, impuestos que eran usados para sostener los gastos del imperio romano en su ocupación de Israel. De este modo, Mateo era un enemigo a quien Simón debería haber matado. Pero Jesús les pedía que se amaran, que fueran uno. O imagínese la enorme diferencia entre el apóstol Pablo, un hombre profundamente estudioso de la palabra quien hoy podría ser un académico o doctor en teología o divinidades, y por otro lado, el apóstol Pedro que era un pescador, probablemente sin mayores estudios, y a pesar de sus diferencias, Dios los escoge para extender el reino y su iglesia.

Finalmente, habiendo entendido cual es el proceso o metodología de Jesús para resolver los conflictos, los erróneos mecanismos más usados para zanjar las controversias y las opciones básicas que tenemos para relacionarnos con nuestros hermanos, ¿a qué causa podríamos atribuirle el surgimiento de los conflictos en nuestras relaciones interpersonales en el contexto congregacional? El libro de Santiago nos entrega luz respecto a la razón por la cual surgen los pleitos y contiendas.

Santiago 4:1 ¿De dónde vienen las guerras y los pleitos entre vosotros? ¿No es de vuestras pasiones, las cuales combaten en vuestros miembros?

Para Santiago, los conflictos que tenemos provienen de nuestras pasiones. Una pasión es un sentimiento que consiste en un anhelo o deseo intenso que se tiene sobre algo o alguien. Como la pasión por un equipo de futbol, por un video juego, por un artista o cantante, por el dinero, o por un famoso(a). Es evidente que una pasión muy fuerte puede llevarnos a una disputa, como ocurre en el caso del futbol.

Entonces, si tenemos un conflicto debemos saber cómo solucionarlo correctamente, por medio del proceso que Dios ha indicado en su palabra, aplicando el principio de ir de lo privado a lo público, a la vez que evitamos hacer uso de otros mecanismos que no resuelven el problema sino que lo agravan, y optamos por agradar y amar a Dios, amando también a nuestro hermano. Pero también hemos de evitar que el conflicto pueda llegar a surgir, cambiando nuestro corazón, cambiando nuestras pasiones, para que Cristo Jesús y su Reino sean nuestro mayor y profundo anhelo. Pues el mundo, sumergido cada cierto tiempo en conflictos y guerras, debería ver en la iglesia una forma correcta de manejar y solucionar estos problemas nacionales y globales.  




Ángelo Palomino