sábado, 25 de agosto de 2018

Ministerios, dones y frutos del Espíritu


Algunos de los temas centrales o de mayor importancia en nuestra vida como cristianos son “los ministerios”, “los dones espirituales” y “los frutos del Espíritu”. Puesto que nuestro crecimiento espiritual implica conocer y experimentarlos, no resulta para nada infructuoso el aprender cada vez más y en mayor profundidad de ellos. De estos tres temas profundamente relacionados entre sí versarán las líneas a continuación. 
 
Efesios 4:11 “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros”.

El versículo anterior de efesios es probablemente el de mayor uso y conocimiento cuando sobre ministerios se trata. Este pasaje nos muestra los cinco principales ministerios que se desarrollan en las congregaciones. No obstante, no puede perderse de vista que hay una gama más diversa y amplia de ministerios, como por ejemplo el ministerio de reconciliación (2 Corintios 5:11-21) o aquel vinculado a los ministros de la alabanza y adoración, comúnmente llamados levitas o salmistas. En todo caso, estos cinco ministerios son los más comunes.

Un ministerio es una función dada por Dios y que se muestra a través de ciertas características o cualidades espirituales que son puestas y desarrolladas por una persona. En el caso de los maestros, serían personas que tienen una capacidad especial dada por el Señor para comprender las escrituras y darlas a conocer a otros cristianos por medio de la enseñanza. Los maestros logran articular pasajes y enseñanzas bíblicas haciéndolas comprensibles y aplicables para la mayoría de los cristianos, a través de la sabiduría, de la revelación y el consejo que portan para ayudar a otros.

Los pastores en tanto tienen una capacidad dada por Dios para guiar individual y colectivamente a otras personas en el largo trayecto de su caminar como cristianos, animando, consolando, disciplinando y especialmente instruyendo a través de las escrituras. 

Los evangelistas tienen una capacidad dada por el Señor para alcanzar a aquellos que aún no han recibido a Jesucristo como Señor y salvador de sus vidas. Dios les ha dado gracia especial para conectarse los nos no creyentes para presentarles el evangelio, sintiendo una necesidad por aquellos que se pierden.

Los profetas en cambio tienen una capacidad sobrenatural de conectarse con lo que Dios está hablando para traer dirección divina sobre personas, lugares o situaciones y reconocer lo torcido, incorrecto o injusto delante de Dios

Los apóstoles por su parte su parte suelen presentar varios de las capacidades propias de los ministerios anteriormente señalados, y parecen ser llamados por el Señor para asignaciones especiales, de hecho la palabra apóstol significa “enviado” y tienden a ser pioneros en lo que se les encomienda. Los 12 discípulos de Jesús fueron apóstoles que levantaron y extendieron el evangelio por todo lugar a donde iban.

Por otro lado, así como hay varios ministerio, así también hay variados dones espirituales. Los más conocidos están en 1 Corintios 12, que nos presenta 9 dones.

1 Corintios 12: 7-12 “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho. Porque a éste es dada por el Espíritu palabra de sabiduría; a otro, palabra de ciencia según el mismo Espíritu; a otro, fe por el mismo Espíritu; y a otro, dones de sanidades por el mismo Espíritu. A otro, el hacer milagros; a otro, profecía; a otro, discernimiento de espíritus; a otro, diversos géneros de lenguas; y a otro, interpretación de lenguas. Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere”. 

El don de palabra de sabiduría es la capacidad sobrenatural del Señor de adquirir la sabiduría del cielo para entregarla a otros. Te permite adentrarte en la biblia con revelación de lo que ahí está escrito para luego poder transmitirla a los demás.

El don de palabra de ciencia es la capacidad sobrenatural para adquirir conocimientos que no se han obtenido naturalmente concernientes a personas y su pasado o presente. Por ejemplo, de pronto conocer algún suceso importante de la infancia de alguien, sin haber conocido a esa persona durante esa etapa de su vida.

El don de fe es la capacidad que el Señor pone en las personas permitiéndoles creer sobrenaturalmente con respecto a distintos asuntos que requieren de una intervención divina o un milagro. Para eso se requiere de una fe que traspase todo límite humano.
El don de sanidad es la capacidad sobrenatural que Dios pone en alguien para que, a través de la oración y/o imposición de manos, pueda sanar a personas que están bajo el yugo de alguna enfermedad o con algún tipo de dolencia.

El don de milagros es la capacidad que él Señor pone sobre algunas personas para que por medio del poder de Dios estas puedan provocar algún cambio en personas, situaciones o cosas que naturalmente resultan imposibles ser realizadas. Como abrir el mar rojo para pasar con una nación completa en seco.

El don de profecía es la capacidad sobrenatural dada por Dios para soltar una palabra sobre el futuro o destino, ajustada a los propósitos de Dios, con respecto a personas o situaciones. Es similar al don de ciencia, solo que mientras este es generalmente sobre el pasado, el don de profecía es sobre el futuro. Aunque podrían operar juntos.

El don de discernimiento de espíritus es una capacidad divina que permite identificar y conocer de forma correcta y certera espíritus o demonios que pueden estar operando sobre determinadas personas a fin de tomar los resguardos necesarios y colaborar en su liberación espiritual.

El don de lenguas es una capacidad dada por Dios que permite a su portador expresarse en idiomas que no conoce naturalmente, pudiendo ser lenguas humanas o espirituales. En el primer caso, los discípulos fueron investidos de otros lenguajes para predicar luego del Pentecostés (Hechos 2:4-8). En el segundo caso, el don te permite comunicarte con Dios en un lenguaje espiritual (1 Corintios 14:2).

El don de interpretación de lenguas es la capacidad sobrenatural que Dios pone sobre ciertas personas para interpretar lo que otra persona está hablando por medio del don de lenguas, haciendo comprensible la comunicación a la iglesia.

Además de estos dones, hay otros más señalados en otros pasajes bíblicos. Como el don de ayudar o administrar, que sin duda parece ser muy relevante para la iglesia en su funcionamiento como organización, por ejemplo en el ámbito de la administración financiera, de los “recursos humanos” o del tiempo para lograr sacar el mayor potencial posible de lo que se tiene.

1 Corintios 12:28 “Y a unos puso Dios en la iglesia, primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero maestros, luego los que hacen milagros, después los que sanan, los que ayudan, los que administran, los que tienen don de lenguas”.

También está el don de enseñar a otros, que tanto se necesita en los sermones o en los procesos de discipulado que se desarrollan en las congregaciones, aunque no se agotan ahí pues hay muchísimas formas de enseñar. Además, está el don de ayudar a los necesitados y de mostrar compasión, que tanto se requiere en los esfuerzos, ministerios y organizaciones cristianas de ayuda social. Al parecer, dirigir o liderar personas y organizaciones no es solo un “talento” sino también un don, una capacidad sobrenatural que existe para guiar personas hacia el cumplimiento de un objetivo. 

Romanos 12:6-8 “Tenemos dones diferentes, según la gracia que se nos ha dado. Si el don de alguien es el de profecía, que lo use en proporción con su fe; si es el de prestar un servicio, que lo preste; si es el de enseñar, que enseñe; si es el de animar a otros, que los anime; si es el de socorrer a los necesitados, que dé con generosidad; si es el de dirigir, que dirija con esmero; si es el de mostrar compasión, que lo haga con alegría”.

Otro de los dones que aparece en las escrituras es el don de continencia, que consiste en la capacidad sobrenatural de parte de Dios para contener el deseo sexual (que es natural a toda persona) y también otros deseos o necesidades vinculadas a las necesidades de afecto de una pareja, de modo que esta persona pueda dedicar su vida por completo al Señor. Según se indica en Corintios, el apóstol Pablo tenía este don.

1 Corintios 7:7-9 “Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo; pero cada uno tiene su propio don de Dios, uno a la verdad de un modo, y otro de otro. Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando”.

Un primer aspecto de importancia entre los ministerios y dones es que estos se relacionan fuertemente, pues es común que un determinado ministerio esté asociado a un conjunto de dones espirituales. Así por ejemplo, es común que los pastores y maestros posean dones de enseñanza y el don de palabra de sabiduría, o que los evangelistas tengan dones de sanidad y milagros, o los profetas dones de ciencia, discernimiento de espíritus y profecía.

Un segundo aspecto de relevancia es que los ministerios y dones no son simplemente para el beneficio de su portador, sino que para el beneficio de la iglesia. En efecto, la manifestación del Espíritu Santo sobre nuestra vida es para el bien de los demás, puede ser útil para quien lo posee, pero la correcta administración de nuestros dones implica que sea utilizado para ministrar y bendecir a los otros miembros del cuerpo de Cristo. Los dones no son para provecho individual, sino esencialmente para el provecho colectivo del cuerpo de Cristo.

1 Corintios 12:7 (NVI) “A cada uno se le da una manifestación especial del Espíritu para el bien de los demás”.

1 Pedro 4:10 “Cada uno según el don que ha recibido, minístrelo a los otros, como buenos administradores de la multiforme gracia de Dios”.

La escritura es clara: los dones no son para mí, son para otros. Y de igual manera, los ministerios que son sean otorgados son para el bien de los demás. Su finalidad es que sean usados para perfeccionar a los hermanos, para edificarlos, para generar unidad, para que crezcan hasta parecerse más a Cristo, para que ya no seamos niños espirituales. Los ministerios que podamos portar o desear no son para enorgullecernos, no son simplemente para perfeccionarnos ni edificarnos a nosotros mismos, no son para tomar distancia del cuerpo creyendo ir más alto.

Efesios 4: 11-14 “Y él mismo constituyó a unos, apóstoles; a otros, profetas; a otros, evangelistas; a otros, pastores y maestros, a fin de perfeccionar a los santos para la obra del ministerio, para la edificación del cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo; para que ya no seamos niños fluctuantes, llevados por doquiera de todo viento de doctrina, por estratagema de hombres que para engañar emplean con astucia las artimañas del error”.

Un tercer aspecto que debe ser considerado en relación a los ministerios y dones es que Dios los reparte entre los miembros de la iglesia. Dios no concentra sus manifestaciones y expresiones, él los distribuye entre el cuerpo de Cristo. Esto resulta de vital importancia en virtud de algunas dinámicas que se producen en medio de las congregaciones, pues generalmente existe la idea de que son los pastores o los líderes de la iglesia quienes deben manifestar toda la expresión de la sobrenaturalidad de Dios, exigiendo o demandando que de ellos surjan todos los dones o toda expresión del Señor que necesita o requiere una iglesia. Ese modelo es profundamente incorrecto. Porque Dios repartió su manifestación entre todos los integrantes de la iglesia, no los aglutinó en una sola persona o grupo particular de personas. No es correcto por tanto nuestra idea de que existan “súper hombres o súper mujeres de Dios” que sean buenos para todo, Dios nos ha llamado para que todos seamos ministros del evangelio. Con distintos niveles de crecimiento y entendimiento, pero todos con una manifestación especial de Cristo que debe ser puesta al servicio de la iglesia, con una porción del cielo para bendecir vidas. Todos tenemos algo que aportar, algo que entregar. No podemos exigir a otros, lo que Dios está demandando de nosotros mismos. Y tampoco podemos perder de vista de que cuando no estamos desarrollando o activando los ministerios y dones que él Señor puso sobre nosotros, estamos privando a nuestra congregación de una especial manifestación de Dios, que está en nosotros pero es para los demás.

Es por ello que un modelo de iglesia en que sus miembros demandan de sus pastores y líderes toda la expresión del Señor es profundamente errado, al igual que un modelo de iglesia en que solo el liderazgo crece y el resto no. Eso daría como resultado un cuerpo deformado que no crece armónicamente.

1 Corintios 12:11 “Pero todas estas cosas las hace uno y el mismo Espíritu, repartiendo a cada uno en particular como él quiere.”

Finalmente, la expresión del Espíritu de Dios a través de las personas no se circunscribe simplemente en los ministerios y dones, también incluye los frutos del Espíritu. De acuerdo al capítulo cinco del libro de Gálatas, los frutos del Espíritu son los nueve que vemos a continuación.

Gálatas 5: 22-23 “Mas el fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley”.

Los frutos son bastante más sencillos que los dones. El fruto del amor hace referencia a amar a Dios y amar a las personas, incluso a aquellas que cuesta amar. El fruto del gozo consiste en mantenerse en un estado de constante de dicha, alegría o felicidad independiente de las circunstancias que atraviese nuestra vida. El fruto de la paz dice relación con la cualidad de sentirse tranquilos y no verse perturbado por lo que ocurre a nuestro alrededor. La paciencia es la capacidad de esperar los tiempos correctos sin alterarse en el transcurso. La benignidad es mostrarse amable y buscar hacer el bien a las personas que nos rodean. La bondad es ser bueno con los demás. La fe es la capacidad de creer por encima de los límites de lo natural. La mansedumbre es ser gentil y manso con las personas. La templanza es tener control y dominio propio sobre nuestras actitudes y reacciones.

Evidentemente, al igual que con los ministerios y dones, los frutos del Espíritu tienen mucho que ver con las personas que nos rodean, más que con el portador del fruto. En efecto, los frutos son útiles para el correcto relacionamiento que establecemos con las personas. Y a su vez, aunque son “espirituales”, los frutos se relacionan con tener emociones correctas y sanas, consecuencia de desarrollar un corazón rendido al sentir del Espíritu, por sobre el sentir humano vinculado más a malas reacciones y pésimas emociones, como el odio, el enojo e infelicidad, la angustia, la intranquilidad, el egoísmo, el individualismo, la incredulidad y el miedo, el orgullo y el desenfreno.

Ahora bien, tanto los ministerios, como los dones espirituales y los frutos del Espíritu necesitan ser desarrollados por todo hijo de Dios para el beneficio de la iglesia y para la gloria de Dios. Sin embargo, si tuviésemos que escoger alguno por sobre otro en virtud de su importancia, tendríamos que decantar por el desarrollo de los frutos del Espíritu. Esto porque los dones son entregados por Dios, de hecho don significa regalo, pero los frutos requieren de nuestra disposición y esfuerzo para ser desarrollados y cosechados. Entonces, a pesar que los dones pueden ser mucho más asombrosos para nuestra perspectiva humana, los frutos son mucho más asombrosos para el Señor. Es evidente que si vemos operar en alguien el don de sanidad o de milagros producirá asombro a nosotros como seres humanos, pero Dios no puede maravillarse de algo que él mismo nos regaló y otorgó. Si puede agradarse mucho más por ver que uno de sus hijos se esfuerza por amar incluso a sus enemigos o que es capaz de ser paciente y mantener su paz en medio de las dificultades propias de la vida, viviendo con fe en lo que Dios puede hacer.

Es claro, mientras los ministerios y dones espirituales manifiestan la sobrenaturalidad de Dios en nuestra vida, los frutos manifiestan el carácter de Cristo en nosotros. Por eso, necesitamos procurar los dones, pero aún más preocuparnos por desarrollar los frutos del Espíritu.

Una persona que desarrolla fuertemente sus ministerios y dones, pero no posee frutos genera un panorama ambivalente para los demás. Porque mientras manifiesta la sobrenaturalidad de Dios, carece de un correcto testimonio. Y para el correcto desarrollo de la iglesia es mejor vivir una vida de integridad ante Dios y las personas, que vivir de milagros. Lamentablemente abundan los casos de siervos de Dios que portan tremendos dones del Señor, pero dejan mal al cuerpo de Cristo por sus comportamientos no ajustados a la palabra de Dios. ¿De qué sirve portar una tremenda palabra de sabiduría o un don de profecía certero si tenemos un mal carácter, malhumorado, orgulloso y poco gentil con los demás? Necesitamos desarrollar ministerios, dones y frutos, pero si algo nos llegase a faltar, que no sean los frutos del Espíritu que nos ayudan a vivir en integridad.

Finalmente, los frutos los obtenemos con disposición y esfuerzo de desarrollar el carácter de Cristo en nuestra vida, ¿pero cómo despertamos y activamos los ministerios y dones? La escritura nos da dos luces para esto. En primer lugar, la biblia señala que antes de que Jesucristo regalase dones a los seres humanos, él apresó primero la cautividad, por lo que hay una relación entre ambas cosas. Si anhelamos la manifestación de los dones necesitamos abandonar aquellas cosas que nos mantienen en cautividad, principalmente nuestro pecado e iniquidad. Y en segundo lugar, de acuerdo a lo que Pablo le expresa a Timoteo, los dones tienen un fuego que debe ser avivado, de modo que activar y desarrollar un don implica primero avivar el fuego de don, para que entonces ese don se encienda. Necesitamos del fuego del Espíritu Santo para encender la llama del don que está en nosotros. Por último, este mismo pasaje nos muestra la importancia de la imposición de manos de una autoridad espiritual para impartir los dones.

Efesios 4:7-8 “Pero a cada uno de nosotros fue dada la gracia conforme a la medida del don de Cristo. Por lo cual dice: subiendo a lo alto, llevó cautiva la cautividad, y dio dones a los hombres”.

2 Timoteo 16 “Por lo cual te aconsejo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos”.




Ángelo Palomino Díaz

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