miércoles, 31 de mayo de 2017

Características de un discípulo. Formando un corazón para ser discipulado



Dios tiene un trato diferente con cada persona. Él puede bendecir a alguien, mientras que puede maldecir a otro, Dios puede darle larga vida a un individuo, como también puede darle muerte rápida a otro individuo. Él puede coronar de favor, de honor y riquezas a alguien, mientras que puede no hacerlo con alguien más. Por ejemplo, Dios levantó a David como rey de Israel habiendo sido un pastor de ovejas. Pero también provocó que la tierra se abriera y se tragará a Coré, quien murió rápidamente en ese incidente. 

Ahora bien, este trato diferenciado no significa que tengamos un Dios parcial e injusto. Muy por el contrario, la escritura es clara en que Dios no hace acepción de personas, el da a cada cual según sus acciones u obras. Siguiendo el mismo ejemplo anterior, vemos que Dios bendice a David, pero porque él se agrada de su corazón, mientras que el final de Coré se debe al desagrado de Dios respecto de su profunda rebeldía. 

Romanos 2:6;11 "Porque Dios le dará a cada uno lo que se merece... Porque en Dios no hay acepción de personas".

2 Samuel 7:8-17 “Ahora, pues, dirás así a mi siervo David: Así ha dicho Jehová de los ejércitos: Yo te tomé del redil, de detrás de las ovejas, para que fueses príncipe sobre mi pueblo, sobre Israel; y he estado contigo en todo cuanto has andado, y delante de ti he destruido a todos tus enemigos, y te he dado nombre grande, como el nombre de los grandes que hay en la tierra. Además, yo fijaré lugar a mi pueblo Israel y lo plantaré, para que habite en su lugar y nunca más sea removido, ni los inicuos le aflijan más, como al principio, desde el día en que puse jueces sobre mi pueblo Israel; y a ti te daré descanso de todos tus enemigos. Asimismo Jehová te hace saber que él te hará casa. Y cuando tus días sean cumplidos, y duermas con tus padres, yo levantaré después de ti a uno de tu linaje, el cual procederá de tus entrañas, y afirmaré su reino. El edificará casa a mi nombre, y yo afirmaré para siempre el trono de su reino. Yo le seré a él padre, y él me será a mí hijo. Y si él hiciere mal, yo le castigaré con vara de hombres, y con azotes de hijos de hombres; pero mi misericordia no se apartará de él como la aparté de Saúl, al cual quité de delante de ti. Y será afirmada tu casa y tu reino para siempre delante de tu rostro, y tu trono será estable eternamente. Conforme a todas estas palabras, y conforme a toda esta visión, así habló Natán a David.

Números 16: 30-35 “Mas si Jehová hiciere algo nuevo, y la tierra abriere su boca y los tragare con todas sus cosas, y descendieren vivos al Seol, entonces conoceréis que estos hombres irritaron a Jehová. Y aconteció que cuando cesó él de hablar todas estas palabras, se abrió la tierra que estaba debajo de ellos. Abrió la tierra su boca, y los tragó a ellos, a sus casas, a todos los hombres de Coré, y a todos sus bienes. Y ellos, con todo lo que tenían, descendieron vivos al Seol, y los cubrió la tierra, y perecieron de en medio de la congregación. Y todo Israel, los que estaban en derredor de ellos, huyeron al grito de ellos; porque decían: No nos trague también la tierra. También salió fuego de delante de Jehová, y consumió a los doscientos cincuenta hombres que ofrecían el incienso”.

Entonces, ese distinto relacionamiento está en función de nuestro corazón y comportamiento hacia Dios, y no de una imparcialidad de Dios sobre nosotros. De modo que si quisiéramos saber qué es lo que Dios nos dará, deberíamos preguntarnos cómo ha sido nuestro corazón y nuestro caminar. En definitiva, Dios no se relaciona de la misma forma con todas las personas. El antiguo testamento da cuenta de ello, pues a pesar de las múltiples personas con las que Dios se relacionó, hay pocas personas que son distinguidas explícitamente como amigos de Dios. Estas personas fueron Abraham y Moisés.

Éxodo 33:11 “Y hablaba el SEÑOR con Moisés cara a cara, como quien habla con un amigo”.
Santiago 2:23 “Así se cumplió la Escritura que dice: «Le creyó Abraham a Dios, y esto se le tomó en cuenta como justicia», y fue llamado amigo de Dios”.

En el caso del Nuevo Testamento, vemos que también Jesús se relacionó de manera diferente con las personas. Él trató con personas que eran parte de la multitud, otros que eran sus discípulos, e incluso con quienes consideró sus amigos. Revisemos a continuación las características centrales de un discípulo versus las de aquellos que son multitud, pero antes veamos brevemente a quienes Jesús consideró amigos.

Juan 15:13-16 “Nadie tiene amor más grande que el dar la vida por sus amigos. Ustedes son mis amigos si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no está al tanto de lo que hace su amo; los he llamado amigos, porque todo lo que a Mi Padre le oí decir se lo he dado a conocer a ustedes. No me escogieron ustedes a Mí, sino que Yo los escogí a ustedes y los comisioné para que vayan y den fruto, un fruto que perdure. Así el Padre les dará todo lo que le pidan en Mi nombre”.

En estos pasajes de la escritura vemos que Jesús considera amigos, a quienes habían sido sus discípulos, lo que nos enseña que quien quiera ser amigo de Dios necesita ser primero discípulo de Dios, para aprender a ser comandados por él. El no llama amigo a alguien de la multitud, sino que primero toma discípulos, que luego de pasar el proceso de ser discipulados, llegan a tener el honor de ser amigos de Jesús. Y quien es amigo de Jesús tiene el tremendo privilegio de ver manifiesto su amor de amigo, que se expresa en que él es capaz de dar su vida por ese amigo. Y si es capaz de eso por amistad, ¿cuánto más podría hacer Jesús por quienes considera sus amigos? Por otra parte, quién es parte de la multitud es amigo del mundo y eso necesariamente le impide llegar a ser amigo de Dios.

Ahora bien, ¿cuáles son las características distintivas de alguien que es un discípulo? ¿Qué aspectos diferencian a un discípulo de entre la multitud?

Mateo 15: 32-39 “Entonces Jesús, llamando junto a sí a sus discípulos, les dijo: Tengo compasión de la multitud, porque hace ya tres días que están conmigo y no tienen qué comer; y no quiero despedirlos sin comer, no sea que desfallezcan en el camino. Y los discípulos le dijeron: ¿Dónde conseguiríamos nosotros en el desierto tantos panes para saciar a una multitud tan grande? Jesús entonces les dijo: ¿Cuántos panes tenéis? Y ellos respondieron: Siete, y unos pocos pececillos. Y Él mandó a la multitud que se recostara en el suelo; y tomó los siete panes y los peces; y después de dar gracias, los partió y empezó a darlos a los discípulos, y los discípulos a las multitudes. Y comieron todos y se saciaron; y recogieron de lo que sobró de los pedazos, siete canastas llenas. Los que comieron fueron cuatro mil hombres, sin contar las mujeres y los niños. Y después de despedir a la muchedumbre, subió a la barca y fue a la región de Magadán”.

Una primera característica de un discípulo es que este es una persona que tiene una actitud y mentalidad de dar. En cambio, la multitud tiene una mentalidad enfocada en recibir. Así vemos en los versículos anteriores que los discípulos eran quienes recibían el pan y los peces de parte de Jesús, y luego ellos siendo solo 12 debían repartirlo a las miles de personas que estaban en ese lugar. En ese sentido, la multitud son personas que van a recibir algo, una palabra, quizás un milagro de Jesús, e incluso ser alimentados por él. Mientras que los discípulos son aquellas personas que van a dar y entregar aquello que Dios les da, lo que implica una actitud de servicio y humildad. En cambio, las personas que son multitud generan compasión en el resto, a veces podrían incluso victimizarse.

Entonces, hay quienes son sujetos de las instrucciones de Dios, y otros sujetos más bien de su compasión. Hay quienes simplemente van a la congregación buscando una palabra, que les profeticen, que les oren, que los unjan, que los abracen y contengan, esperan que les manifiesten y les den amor, porque generan compasión. Esto no está mal en primera instancia, puesto que muchas veces llegamos así a una iglesia, pero al crecer espiritualmente vamos adoptando una mentalidad y actitud diferente, nos debiéramos convertir no solo en creyentes sino también en discípulos que tienen una actitud de dar. De lo contrario, seguiremos siendo niños espirituales, como los bebés que solo sobreviven si alguien les alimenta y les da lo necesario, cuando vamos creciendo eso va cambiando paulatinamente.

Es relevante entender aquello porque en no pocos casos satanás engaña a muchos haciéndoles pensar, por ejemplo, que deberían cambiarse a otra congregación donde perciben que podrían seguir creciendo en Dios porque les darán más, más unción, más profecía, más milagros, especialmente cuando tienen la idea de que en su actual congregación ya no hay algo más que puedan recibir o tomar. Esa forma de pensar es a todas luces propia de la mentalidad de multitud que busca recibir, y no de la mentalidad de discípulos que buscar entregar. Esto resulta un grave error, porque mientras la persona piensa hacer esto cree que va a crecer espiritualmente, pero en realidad al hacer esto paradójicamente lo que hace es perderse la oportunidad de crecer al continuar viviendo con una mentalidad de multitud que espera que le den algo en la congregación, en vez de ser el que empieza a servir y entregar.

Una segunda característica de un discípulo es la férrea obediencia. Un discípulo de Jesús es alguien que es profundamente obediente, que recibe una instrucción y la lleva a cabo aun cuando pareciera difícil o extraño cumplirla. En efecto, los primeros discípulos de Jesús oyeron que él les dijo "ven y sígueme", e inmediatamente ellos obedecieron yendo tras Jesús. Esto pareciera ser un aspecto tan básico, pero en realidad seguir a Dios oyendo y haciendo lo que él dice es central en el evangelio y especialmente en el proceso del discipulado.

Mateo 4: 19- 20 “Y andando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, echando una red al mar, porque eran pescadores. Y les dijo: Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres. Entonces ellos, dejando al instante las redes, le siguieron”.

Lucas 7: 3-10 “Cuando el centurión oyó hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos, rogándole que viniera y sanara a su siervo. Ellos se acercaron a Jesús y le rogaron con solicitud, diciéndole: —Es digno de que le concedas esto, porque ama a nuestra nación y nos edificó una sinagoga. Jesús fue con ellos. Pero cuando ya no estaban lejos de la casa, el centurión envió a él unos amigos, diciéndole: —Señor, no te molestes, pues no soy digno de que entres bajo mi techo, por lo que ni aun me tuve por digno de ir a ti; pero di la palabra y mi siervo será sanado, pues también yo soy hombre puesto bajo autoridad, y tengo soldados bajo mis órdenes, y digo a este: “Ve”, y va; y al otro: “Ven”, y viene; y a mi siervo: “Haz esto”, y lo hace. Al oír esto, Jesús se maravilló de él y, volviéndose, dijo a la gente que lo seguía: —Os digo que ni aun en Israel he hallado tanta fe. Y al regresar a casa los que habían sido enviados, hallaron sano al siervo que había estado enfermo”.

Tan importante es la obediencia que esta genera el asombro de Dios. Actualmente vivimos en sociedades que tienen un fuerte arraigo en una cultura del espectáculo donde las luces, el buen sonido y la parafernalia en general asombran y captura la atención de la gente. En las iglesias, aunque no opera de la misma forma, a veces esta cultura del espectáculo está en las personas que se impresionan en demasía por la manifestación de los dones, de la liberación o en general de lo sobrenatural, por ejemplo al ver una sanidad o un milagro. Sin embargo, Jesús no se impresiona de eso. Más bien él se maravilla de la obediencia de las personas. Porque ¿cómo podríamos sorprender a Dios con nuestros dones o talentos si es él quien nos ha dado eso? Es como si recibiéramos un regalo de nuestro padre en navidad, lo abriéramos y se lo mostrásemos para tratar de impresionarlo. Sería absurdo.

Aunque lo sobrenatural pueda evidentemente llamar nuestra atención y sorprendernos, eso solo ocurrirá con las personas que vean eso. Pero si queremos asombrar a Dios necesitamos ser obedientes. Entonces, ¿qué tan obedientes somos a él? ¿Qué tan obedientes somos con respecto a nuestros pastores y líderes? No vamos a sorprender a Dios con una linda técnica al danzar, ni una linda voz al cantar, ni una buena dicción al predicar, ni con un gran conocimiento de la Biblia, tampoco si sanas un enfermo, o le das vista a un ciego. Por supuesto que hacer todo eso está bien, y efectivamente vas a impresionar a la gente, pero no a Dios. El Señor se agrada de la aplicación de tus dones y talentos, pero se agrada y además se asombra de aquellas personas que son obedientes. ¿Quieres sorprender o asombrar a Dios? Si es así, se extremadamente obediente.

Una tercera característica de un discípulo es que es alguien que soporta la disciplina. De hecho la cercanía de estas palabras dan cuenta de su estrecha relación (discípulo- disciplina). Tal así que un discípulo es alguien que está bajo el rigor de una determinada disciplina, es alguien que ya no es ultrasensible, es decir, sabe recibir correctamente la crítica si lo retan, amonestan, o le hacen ver sus errores. No se molesta fácilmente, ni se va de una congregación por un trato brusco. Un discípulo entiende que debe ser procesado por Dios, como un alfarero que rompe un odre y debe rehacerlo, o un herrero que golpea para formar un arma o herramienta. Así vemos por ejemplo a Pedro, que recibe un fuerte reto por parte de Jesús. Él hijo de Dios, que es la manifestación misma del amor de Dios, halaga y honra a su discípulo, pero versículos siguientes lo amonesta fuertemente diciéndole "apártate de mí satanás". ¿Cómo reaccionarías tú si tú pastor o líder te dice algo así? Frente a la disciplina, ¿reaccionas como multitud o como discípulo? Lamentablemente hay quienes se van de congregaciones por menos que eso (porque son multitud).

Mat 16: 17-32 “Entonces le respondió Jesús: —Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo también te digo que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré mi iglesia, y las puertas del Hades no la dominarán. Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos: todo lo que ates en la tierra será atado en los cielos, y todo lo que desates en la tierra será desatado en los cielos. Entonces mandó a sus discípulos que a nadie dijeran que él era Jesús, el Cristo. Desde entonces comenzó Jesús a declarar a sus discípulos que le era necesario ir a Jerusalén y padecer mucho a manos de los ancianos, de los principales sacerdotes y de los escribas, y ser muerto, y resucitar al tercer día. Entonces Pedro, tomándolo aparte, comenzó a reconvenirlo, diciendo: —Señor, ten compasión de ti mismo. ¡En ninguna manera esto te acontezca! Pero él, volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de delante de mí, Satanás! Me eres tropiezo, porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres”.

Las reacciones negativas a la disciplina en las congregaciones surgen en general por un mal entendimiento del amor de Dios. Las personas piensan que el amor de Dios es que les traten con cariño y afecto demostrable a través de llamadas, de mensajes, de que los saluden y se preocupen de ellos. En definitiva, se piensa que el amor de Dios es solo "nanai", de modo que quienes son pastores o líderes deben darles eso a las personas. Sin embargo, es un profundo error pensar de esa forma, porque el verdadero amor de Dios no es solo eso. El amor de Dios si es afecto, pero también contiene mucha disciplina, tal y como lo expresa el capítulo 12 del hebreos.

Hebreos 12: 5-11 “y habéis ya olvidado la exhortación que como a hijos se os dirige, diciendo: hijo mío, no menosprecies la disciplina del Señor, ni desmayes cuando eres reprendido por él; porque el Señor al que ama, disciplina, y azota a todo el que recibe por hijo. Si soportáis la disciplina, Dios os trata como a hijos; porque ¿qué hijo es aquel a quien el padre no disciplina? Pero si se os deja sin disciplina, de la cual todos han sido participantes, entonces sois bastardos, y no hijos. Por otra parte, tuvimos a nuestros padres terrenales que nos disciplinaban, y los venerábamos. ¿Por qué no obedeceremos mucho mejor al Padre de los espíritus, y viviremos? Y aquéllos, ciertamente por pocos días nos disciplinaban como a ellos les parecía, pero éste para lo que nos es provechoso, para que participemos de su santidad. Es verdad que ninguna disciplina al presente parece ser causa de gozo, sino de tristeza; pero después da fruto apacible de justicia a los que en ella han sido ejercitados”.

Entonces, hay una idea falsa y muy errónea del amor de Dios, lo que lleva a las personas a exigir algo que no corresponde. Dios da abrazos a sus hijos, pero también azotes, y eso también proviene de su amor. De modo que debemos cambiar la forma en que concebimos el amor, porque este es bello, pero bíblicamente también es sufrido, y todo lo soporta.

1 Corintios 13:4-8 “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.

¿Qué tipo de amor buscas tú en una congregación? ¿Buscas el amor al estilo multitud que se expresa en la generación de compasión y en la búsqueda de que te den atención y "nanai"?, o ¿buscas el amor estilo discípulo que quiere ser procesado por la disciplina de Dios?

Una cuarta característica de un discípulo se refiere a que es una persona que carece de excusas. Quienes presentan motivos o justificaciones para no seguir y servir a Dios simplemente no pueden ser sus discípulos. Los verdaderos discípulos, como Pedro y Andrés escuchan la instrucción de Jesús y obedecen al instante. Vemos en cambio que otras personas escuchan la misma instrucción de Jesús (“sígueme”), pero se excusan o presentan argumentos y pretextos para tratar de no obedecer, o quizás obedecer, pero tardíamente de acuerdo a su propia voluntad o mentalidad.


Mateo 4: 19- 20 “Y andando junto al mar de Galilea, vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, echando una red al mar, porque eran pescadores. Y les dijo: Seguidme, y yo os haré pescadores de hombres. Entonces ellos, dejando al instante las redes, le siguieron”.

Lucas 9: 59-62 “Y dijo a otro: Sígueme. Él le dijo: Señor, déjame que primero vaya y entierre a mi padre. Jesús le dijo: Deja que los muertos entierren a sus muertos; y tú ve, y anuncia el reino de Dios. Entonces también dijo otro: Te seguiré, Señor; pero déjame que me despida primero de los que están en mi casa. Y Jesús le dijo: Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios”.

En general, las personas en las congregaciones están llenas de excusas para no servir a Dios. Si se les pide hacer una tarea surgen muchísimas razones para no cumplir, o a veces está la disposición de colaborar, pero de la forma en como ellos estiman conveniente, tal y como el caso de la persona que le dice a Jesús: “te seguiré, pero primero déjame hacer tal cosa”. Es un: “serviré, pero déjame en este puesto o en esta área, porque las demás no me gustan”. Entonces, hay quienes no son discípulos porque se excusan para derechamente no obedecer, y hay quienes no lo son porque queriendo obedecer y ser partícipes del servicio, quieren hacerlo según su voluntad. Cuándo recibimos una instrucción o petición, ¿nos excusamos o somos como los discípulos que al instante accionan obedeciendo?

Como podemos apreciar, hay al menos 4 características que nos permiten identificar a un discípulo o ayudarnos a convertirnos en uno. Primero, una mentalidad servicial de dar y entregar. Segundo, una férrea obediencia. Tercero, el soportar la disciplina. Y cuarto, la carencia de excusas. Ahora bien, sin duda que hay muchas características más, como por ejemplo ser un adorador, ser agradecido, ser apasionado, amar su palabra, tener carácter, entre otras cosas. Pero no cabe duda en que el aspecto central de un discípulo de Jesús es su corazón. Para ser su discípulo necesitamos tener un corazón enseñable, pues quien tiene un corazón así será dadivoso, obediente, disciplinable y esquivo a las excusas. Necesitamos desarrollar ese corazón, porque el hacer realidad estas características solo por poseer un comportamiento correcto nos llevará a ser religiosos, pero no sus discípulos. Es solo cuando surgen estas características desde un corazón correcto que ama a Dios y busca ser guiado por él en que verdaderamente nos transformamos en sus discípulos. Pensemos en los fariseos por ejemplo, que cumplían con todas las normas bíblicas al pie de la letra, pero su corazón estaba muy alejado de Dios. Es por eso que estas características deben nacer de un corazón correcto y alineado a Dios, que busca agradarle a él haciendo su voluntad, y no tratando de agradarnos a nosotros mismos haciendo nuestra voluntad.

No podemos engañarnos, ser discípulos conlleva un costo enorme. El costo de ser discípulos es morir a nosotros mismos, a los deseos de nuestro corazón, a nuestros anhelos, a nuestra forma de pensar, y a todo lo que somos. El proceso del discipulado es tomar una cruz, porque sabemos que mientras caminamos vamos generando una muerte de lo que somos, pero para que la verdadera vida de Dios se manifieste en nosotros. 

Mateo 16: 24-25 “Entonces Jesús dijo a sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame. Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará”.


Ahora bien, ser discípulo no solo tiene costos, también tiene beneficios. Primero, quien ha vivido el proceso de discipulado puede ser un amigo de Dios, y por lo tanto ser bendecido por él. Sin duda Abraham y Moisés fueron cuidados y defendidos por Dios, además de tener la posibilidad de tener una íntima y estrecha comunión con Dios. Segundo, quienes son discípulos tiene la posibilidad de ser protagonistas en la historia de Dios y no meros espectadores. Quienes son discípulos están siempre en el centro de los que Dios va haciendo y son actores centrales de lo que él va provocando. La multitud solo recibió pan y pescado, pero los discípulos que lo repartieron vieron como se les multiplicaba en las manos y en las canastas. Tercero, quienes son discípulos están en el proceso de cumplir con el propósito de Dios para su vida. Fueron los discípulos quienes después se transformaron en los apóstoles que fueron los grandes hombres de Dios que llevaron el evangelio y establecieron el reino de Dios por distintas partes del mundo, claramente no fue la multitud. Cuarto, son los discípulos quienes reciben poder y autoridad de parte de Dios, pues son obedientes, en cambio quienes son multitud no reciben aquello. Y quinto, ser discípulo no implica ser perfecto. Es evidente que siempre nos equivocamos, sin embargo un discípulo siempre se vuelve a levantar, es resiliente. 



Ángelo Palomino
Hijo de Dios

jueves, 18 de mayo de 2017

El evangelismo y la manifestación de la vida de Dios



El propósito del evangelismo es básicamente llevar la vida de Dios a las personas que no le conocen y que están muertas espiritualmente.

Nosotros, los hijos de Dios, tenemos la responsabilidad de evangelizar, es decir, manifestar la vida de Dios. Nosotros podemos hacerlo porque ya tenemos esa vida, tenemos vida eterna, somos seres eternos, y es por eso que podemos y debemos dar de la vida abundante de Dios a aquellas personas que son inconversas. Entonces, al ser hijos de Dios portamos la vida de Dios pero también debiéramos manifestarla al resto.

Si un médico tiene las capacidades y conocimientos necesarios para sanar a una persona que se está muriendo, pero voluntariamente decide no atender a ese paciente sino que quedarse sentado en su sillón, todos consideraríamos que ese médico es un descriteriado, una persona sin compasión, ni ética alguna, o sin vocación por el servicio y profesión que escogió.

2 Pedro 1:10-11 Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Ahora bien, eso es precisamente lo que hemos hecho como hijos de Dios al no evangelizar. Hemos sido salvos y tenemos la vida eterna que Dios nos ha otorgado por gracia. Pero a pesar de aquello, muchas veces no hemos dado vida a otros a través de nuestro evangelismo, no lo hemos hecho, nos hemos quedado sentados y quietos. Dios nos ha llamado a evangelizar, es decir, a ministrar de su vida, de su vida abundante que es vida eterna en Cristo Jesús. Por esta razón, se requiere conocer cómo se ministra la vida de Dios.

La biblia dice las palabras de Dios son vida, de modo que cuando él quiere transmitir su vida, lo hace a través de lo que dice, a través de sus palabras. Después de la palabra viene la fe, porque la fe proviene de oír la palabra de Dios. Y después de la fe, viene la acción. Entonces, la vida de Dios se transmite a través de la palabra, la palabra produce fe, y la fe produce acciones. Las acciones no son sino vida manifestada. Todos los seres vivos se mueven, pero cuando se mueren ya no pueden generar acciones.

Juan 6:63 ”…las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.

Juan 6:68 “Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Romanos 10:16-17 “…Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”.

Santiago 2:17-20  Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta. Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno. Haces bien; también los demonios creen, y tiemblan. Pero, ¿estás dispuesto a admitir, oh hombre vano, que la fe sin obras es estéril?

A pesar de que la palabra porta la vida de Dios, esa vida puede morir dentro de nosotros. La palabra se transforma en fe dentro de nosotros cuando creemos a una palabra de Dios, pero esa fe debe terminar convirtiéndose en obras o acciones. Pues, cuando eso no pasa, la fe muere. La vida de Dios es poderosa, pero cuando no la creemos o no la ponemos por obra, es decir, cuando no accionamos, esa vida de Dios muere. Pero muere por causa nuestra, porque somos nosotros quienes, luego de recibir una palabra, decidimos creer o no creer a esa palabra de Dios, somos nosotros los que luego decidimos si nos movemos y realizamos las acciones que esa palabra nos demanda.

Por ejemplo, cuando una persona ha oído que la palabra de Dios dice que debemos salir a predicar y evangelizar, sin embargo no lo hace, la fe producida por esa palabra termina muerta en esa persona. La fe que está viva siempre es acompañada por obras según Santiago, es decir por algo que se hace, porque la fe siempre es acción. Dicho de otra forma, no hay manera de que tú le creas a Dios y no estés haciendo algo. Si tú le crees a Dios, si tú tienes fe, necesariamente terminarás realizando algo, ejerciendo alguna acción consecuente con lo que la palabra de Dios ha dicho. Si eso no ocurre es porque la fe está muerta. En cambio, si la fe va con acciones es porque está viva.

Nótese además que Santiago dice que los demonios también creen y tiemblan, pero obviamente ellos solo creen pero no hacen lo correcto, es decir, creen en Dios, pero no realizan acciones a favor de su reino. Entonces, nosotros podemos parecernos a los demonios “si solo creemos” pero no somos capaces de hacer algo, de accionar de acuerdo a lo que la palabra de Dios nos dice que hagamos. Es más, cuando un cristiano sabe que hacer algo está mal y es pecado porque la palabra de Dios lo dice, pero sigue haciéndolo, una y otra vez, lo más probable es que esa persona esté influenciada por un demonio, porque justamente así se comportan los demonios: conocen la palabra porque la creen, pero no hacen lo que ella dice, no hacen lo correcto (por eso tiemblan). Muchos cristianos se comportan igual. Conocen la palabra, pero no se comportan como ella dice.

En definitiva, evangelizar es manifestar a otros la vida de Dios. Dios transmite y expresa su vida a través de sus palabras, las cuales al llegar al corazón generan fe, y esa fe a su vez genera obras. No obstante, ese trayecto de la vida de Dios (desde su boca a nuestros oídos, corazón y acciones) puede truncarse y morir dentro de nosotros cuando somos incrédulos y cuando no accionamos en virtud de lo dicho por Dios. Nótese que Santiago dice que la fe sin obras es estéril. Que algo sea estéril significa que no tiene la capacidad de producir vida.

Esto es aplicable a ámbitos mucho más amplios que solo el evangelismo. Dios puede hablarte algo, tú puedes oír una palabra de Dios, pero si eso no va acompañado por acciones, ineludiblemente esa fe, esa palabra, ha muerto. Y ha muerto dentro de ti, no fuera. Puede morir por nuestra incredulidad o por nuestra quietud e indiferencia sobre lo que Dios dice.

Por esta razón, necesitamos darnos cuenta que dentro nuestro hay muchos cadáveres de palabras y promesas de Dios, cosas que él hablo a nuestra vida, pero que quizás jamás fuimos capaces de creer o de accionar en pos de ellas, solo nos quedamos sentados esperando que mágicamente se cumpliera lo que Dios dijo. Y no funciona así. Si queremos evangelizar, que es ministrar la vida de Dios a otras personas, debemos quitar de nosotros la muerte que impide que la vida de Dios se manifieste. Si Dios nos habla, si escuchamos su palabra, no dejemos que muera con nuestra falta de acciones.

Anhelamos que Dios nos hable, sin embargo, a veces no somos lo suficientemente valientes para hacer aquello que Dios nos habla. Si queremos que Dios nos hable, tenemos que ser capaces de caminar hacia aquello que él nos ha dicho, no quedarnos estancados, no quedarnos quietos o paralizados.

Entonces, el evangelismo es llevar la vida de Dios y esa vida de Dios siempre se manifiesta en acciones, y si eso no ocurre es porque la fe murió. Una implicancia interesante de esto puede notarse si uno se detiene a mirar a la mayoría de los evangelistas, que son personas de mucha acción, incluso pueden llegar a ser personas muy inquietas. Es gente que no puede estar quieta en un lugar, necesita estarse moviendo, algunos incluso son de carácter impulsivo. Esto se debe a que el llamado ministerial del evangelismo está relacionado con ministrar la vida de Dios a otros, y la vida está relacionada con la acción, no con la quietud. Por esta misma razón es que generalmente los ministerios de evangelismo van acompañados por dones de milagros o sanidades. Las enfermedades de las personas están para producir muerte. En cambio, los evangelistas portan vida, y es por eso que en ellos muchas veces operan dones de sanidades, porque la vida de Dios va en contra de esa muerte.

                        Conocer más profundo la vida de Dios

Efectivamente, la vida de Dios atraviesa un camino, que comienza con las palabras de Dios, luego esa palabra se transforma en fe, y luego la fe se transforma en acción. Pero todo aquello involucra un proceso mucho más profundo.

Para que eso ocurra, la palabra que sale de la boca de Dios, que es espíritu y vida, es hablada o anunciada y entra en nuestro espíritu, y luego de nuestro espíritu se asienta en el corazón. Es en el corazón en que una palabra oída se transforma en fe, por eso la biblia dice en el libro de romanos que es el corazón con el que se cree. Por lo tanto, el lugar concreto donde se produce la fe es dentro del corazón. Es dentro de nuestro corazón, donde una palabra de Dios puede morir o puede vivificarnos. Entonces, luego que la palabra se convierte en fe dentro de nuestros corazones, pueden ocurrir dos situaciones, y ambas dependen de nosotros. Podemos tener una fe muerta o una fe viva, es decir, una fe sin acciones, o una fe que produce acciones.

Romanos 10:10  Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.

Ahora bien, la biblia dice que las palabras que salen de nuestra boca provienen de la abundancia de nuestro corazón, lo mismo ocurre con Dios, porque él nos creó a su imagen y semejanza. Es decir, cuando nuestro Padre habla, todo lo que él dice, sale de la abundancia que hay en su corazón.

Mateo 12:34 “…Porque de la abundancia del corazón habla la boca”.

Por lo tanto, cuando Dios habla, en realidad Dios también está mostrando su corazón, cuando se desata una palabra de Dios, de alguna forma también se está revelando el corazón del Padre. Además, como es nuestro corazón el que recibe su palabra para transformarla en fe, cuando Dios habla en realidad está transmitiendo su corazón al nuestro, está depositando en nuestro corazón, lo que su corazón contiene.

Manifestando la vida de Dios en lo práctico

La oración o confesión de fe

Un aspecto importante en la salvación de una persona es la oración o confesión de fe. Con esto nos referimos a una oración como la que sigue a continuación:

“Dios, reconozco que soy pecador, pero hoy te pido que me perdones por cado uno de mis pecados y errores. Te agradezco por enviar a tu hijo Jesús a morir por mí en la cruz. Hoy te recibo en mi corazón para que habites en él, y me hagas tu hijo. Te reconozco como mi señor y salvador, inscríbeme en el libro de la vida. Y desde este día quiero tener una relación personal contigo”.

Al inquirir más detenidamente en la oración o confesión de fe, es posible notar que esta tiene precisamente la intención de manifestar la vida de Dios. La persona debe reconocer que ha sido un pecador, porque el pecado da a luz la muerte. En cambio, el perdón de Dios, gracias a la obra redentora de Jesús, conecta a la persona con la vida eterna. Por esta razón, independiente de cómo se redacte o formule, una oración de este tipo tiene, al menos, dos elementos: el despojarse de la muerte a través del reconocimiento de que somos pecadores, y el recibimiento de la vida de Dios a través del perdón de pecados. Por supuesto, no basta con que la persona solo exprese algo, esto debe salir de la fe que hay en su corazón.

Romanos 10:9-10 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.

¿Cómo llevar a alguien a realizar esa oración?
Básicamente a través del plan de salvación: todos hemos pecado, y ese pecado nos ha apartado de Dios. Dios es justo y por lo tanto merecemos la muerte eterna, y no la vida eterna. No obstante, el Padre nos ha amado tanto que envió a su hijo Jesús para morir por nuestros pecados, de modo que en su muerte el pagó el castigo por nuestros errores. Entonces, todo aquel que recibe el sacrificio de Jesús, confesándolo como señor y salvador puede recibir la vida de Dios convertirse en su hijo. Esto es un regalo de Dios, porque siendo pecadores no lo merecíamos, pero él nos ama y quiere tener comunión con nosotros, y manifestar su propósito en nuestras vidas. Por lo tanto, la salvación es por gracia y por medio de la fe.

Entonces, en resumidas cuentas:
- Estamos muertos por causa de nuestros pecados.
- Pero Dios nos ama
- Jesús murió por nuestros pecados para llevarse nuestro castigo.
- Si confieso a Jesús como Señor y salvador recibo su salvación.
- Si recibo a Dios me vuelvo su hijo, y tengo comunión con él.

Romanos 3:23  “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.

Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

1 Juan 4:15 “Todo aquel que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”.

Juan 1:12 “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Efesios 2:4-5 Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).

Efesios 2:8-9 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.

Finalmente, no resulta para nada accesorio señalar que tanto la oración como “el plan de salvación”, si bien son de enorme importancia para ayudarnos y guiarnos a evangelizar, Dios no está atado a manifestar su vida en esa forma o metodología específica. Es decir, Dios puede valerse de otra manera para alcanzar el corazón de una persona, y no necesariamente a través de la exposición de ciertos pasos previamente aprendidos. Como seres humanos podemos caer en la tentación de volver esto en algo mecánico: en acercarnos a alguien y casi recitarles el plan de salvación. Pero no podemos limitarnos con ello, pues Dios puede mostrar su amor a una persona desnudando su corazón a través de una palabra de ciencia, a través de una sanidad o milagro, y con un largo etcétera al que no quisiera yo ponerle fin o límites.






Ángelo Palomino Díaz