jueves, 18 de mayo de 2017

El evangelismo y la manifestación de la vida de Dios



El propósito del evangelismo es básicamente llevar la vida de Dios a las personas que no le conocen y que están muertas espiritualmente.

Nosotros, los hijos de Dios, tenemos la responsabilidad de evangelizar, es decir, manifestar la vida de Dios. Nosotros podemos hacerlo porque ya tenemos esa vida, tenemos vida eterna, somos seres eternos, y es por eso que podemos y debemos dar de la vida abundante de Dios a aquellas personas que son inconversas. Entonces, al ser hijos de Dios portamos la vida de Dios pero también debiéramos manifestarla al resto.

Si un médico tiene las capacidades y conocimientos necesarios para sanar a una persona que se está muriendo, pero voluntariamente decide no atender a ese paciente sino que quedarse sentado en su sillón, todos consideraríamos que ese médico es un descriteriado, una persona sin compasión, ni ética alguna, o sin vocación por el servicio y profesión que escogió.

2 Pedro 1:10-11 Por lo cual, hermanos, tanto más procurad hacer firme vuestra vocación y elección; porque haciendo estas cosas, no caeréis jamás. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo.

Ahora bien, eso es precisamente lo que hemos hecho como hijos de Dios al no evangelizar. Hemos sido salvos y tenemos la vida eterna que Dios nos ha otorgado por gracia. Pero a pesar de aquello, muchas veces no hemos dado vida a otros a través de nuestro evangelismo, no lo hemos hecho, nos hemos quedado sentados y quietos. Dios nos ha llamado a evangelizar, es decir, a ministrar de su vida, de su vida abundante que es vida eterna en Cristo Jesús. Por esta razón, se requiere conocer cómo se ministra la vida de Dios.

La biblia dice las palabras de Dios son vida, de modo que cuando él quiere transmitir su vida, lo hace a través de lo que dice, a través de sus palabras. Después de la palabra viene la fe, porque la fe proviene de oír la palabra de Dios. Y después de la fe, viene la acción. Entonces, la vida de Dios se transmite a través de la palabra, la palabra produce fe, y la fe produce acciones. Las acciones no son sino vida manifestada. Todos los seres vivos se mueven, pero cuando se mueren ya no pueden generar acciones.

Juan 6:63 ”…las palabras que yo os he hablado son espíritu y son vida”.

Juan 6:68 “Simón Pedro le respondió: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna”.

Romanos 10:16-17 “…Así que la fe es por el oír, y el oír, por la palabra de Dios”.

Santiago 2:17-20  Así también la fe por sí misma, si no tiene obras, está muerta. Pero alguno dirá: Tú tienes fe y yo tengo obras. Muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré mi fe por mis obras. Tú crees que Dios es uno. Haces bien; también los demonios creen, y tiemblan. Pero, ¿estás dispuesto a admitir, oh hombre vano, que la fe sin obras es estéril?

A pesar de que la palabra porta la vida de Dios, esa vida puede morir dentro de nosotros. La palabra se transforma en fe dentro de nosotros cuando creemos a una palabra de Dios, pero esa fe debe terminar convirtiéndose en obras o acciones. Pues, cuando eso no pasa, la fe muere. La vida de Dios es poderosa, pero cuando no la creemos o no la ponemos por obra, es decir, cuando no accionamos, esa vida de Dios muere. Pero muere por causa nuestra, porque somos nosotros quienes, luego de recibir una palabra, decidimos creer o no creer a esa palabra de Dios, somos nosotros los que luego decidimos si nos movemos y realizamos las acciones que esa palabra nos demanda.

Por ejemplo, cuando una persona ha oído que la palabra de Dios dice que debemos salir a predicar y evangelizar, sin embargo no lo hace, la fe producida por esa palabra termina muerta en esa persona. La fe que está viva siempre es acompañada por obras según Santiago, es decir por algo que se hace, porque la fe siempre es acción. Dicho de otra forma, no hay manera de que tú le creas a Dios y no estés haciendo algo. Si tú le crees a Dios, si tú tienes fe, necesariamente terminarás realizando algo, ejerciendo alguna acción consecuente con lo que la palabra de Dios ha dicho. Si eso no ocurre es porque la fe está muerta. En cambio, si la fe va con acciones es porque está viva.

Nótese además que Santiago dice que los demonios también creen y tiemblan, pero obviamente ellos solo creen pero no hacen lo correcto, es decir, creen en Dios, pero no realizan acciones a favor de su reino. Entonces, nosotros podemos parecernos a los demonios “si solo creemos” pero no somos capaces de hacer algo, de accionar de acuerdo a lo que la palabra de Dios nos dice que hagamos. Es más, cuando un cristiano sabe que hacer algo está mal y es pecado porque la palabra de Dios lo dice, pero sigue haciéndolo, una y otra vez, lo más probable es que esa persona esté influenciada por un demonio, porque justamente así se comportan los demonios: conocen la palabra porque la creen, pero no hacen lo que ella dice, no hacen lo correcto (por eso tiemblan). Muchos cristianos se comportan igual. Conocen la palabra, pero no se comportan como ella dice.

En definitiva, evangelizar es manifestar a otros la vida de Dios. Dios transmite y expresa su vida a través de sus palabras, las cuales al llegar al corazón generan fe, y esa fe a su vez genera obras. No obstante, ese trayecto de la vida de Dios (desde su boca a nuestros oídos, corazón y acciones) puede truncarse y morir dentro de nosotros cuando somos incrédulos y cuando no accionamos en virtud de lo dicho por Dios. Nótese que Santiago dice que la fe sin obras es estéril. Que algo sea estéril significa que no tiene la capacidad de producir vida.

Esto es aplicable a ámbitos mucho más amplios que solo el evangelismo. Dios puede hablarte algo, tú puedes oír una palabra de Dios, pero si eso no va acompañado por acciones, ineludiblemente esa fe, esa palabra, ha muerto. Y ha muerto dentro de ti, no fuera. Puede morir por nuestra incredulidad o por nuestra quietud e indiferencia sobre lo que Dios dice.

Por esta razón, necesitamos darnos cuenta que dentro nuestro hay muchos cadáveres de palabras y promesas de Dios, cosas que él hablo a nuestra vida, pero que quizás jamás fuimos capaces de creer o de accionar en pos de ellas, solo nos quedamos sentados esperando que mágicamente se cumpliera lo que Dios dijo. Y no funciona así. Si queremos evangelizar, que es ministrar la vida de Dios a otras personas, debemos quitar de nosotros la muerte que impide que la vida de Dios se manifieste. Si Dios nos habla, si escuchamos su palabra, no dejemos que muera con nuestra falta de acciones.

Anhelamos que Dios nos hable, sin embargo, a veces no somos lo suficientemente valientes para hacer aquello que Dios nos habla. Si queremos que Dios nos hable, tenemos que ser capaces de caminar hacia aquello que él nos ha dicho, no quedarnos estancados, no quedarnos quietos o paralizados.

Entonces, el evangelismo es llevar la vida de Dios y esa vida de Dios siempre se manifiesta en acciones, y si eso no ocurre es porque la fe murió. Una implicancia interesante de esto puede notarse si uno se detiene a mirar a la mayoría de los evangelistas, que son personas de mucha acción, incluso pueden llegar a ser personas muy inquietas. Es gente que no puede estar quieta en un lugar, necesita estarse moviendo, algunos incluso son de carácter impulsivo. Esto se debe a que el llamado ministerial del evangelismo está relacionado con ministrar la vida de Dios a otros, y la vida está relacionada con la acción, no con la quietud. Por esta misma razón es que generalmente los ministerios de evangelismo van acompañados por dones de milagros o sanidades. Las enfermedades de las personas están para producir muerte. En cambio, los evangelistas portan vida, y es por eso que en ellos muchas veces operan dones de sanidades, porque la vida de Dios va en contra de esa muerte.

                        Conocer más profundo la vida de Dios

Efectivamente, la vida de Dios atraviesa un camino, que comienza con las palabras de Dios, luego esa palabra se transforma en fe, y luego la fe se transforma en acción. Pero todo aquello involucra un proceso mucho más profundo.

Para que eso ocurra, la palabra que sale de la boca de Dios, que es espíritu y vida, es hablada o anunciada y entra en nuestro espíritu, y luego de nuestro espíritu se asienta en el corazón. Es en el corazón en que una palabra oída se transforma en fe, por eso la biblia dice en el libro de romanos que es el corazón con el que se cree. Por lo tanto, el lugar concreto donde se produce la fe es dentro del corazón. Es dentro de nuestro corazón, donde una palabra de Dios puede morir o puede vivificarnos. Entonces, luego que la palabra se convierte en fe dentro de nuestros corazones, pueden ocurrir dos situaciones, y ambas dependen de nosotros. Podemos tener una fe muerta o una fe viva, es decir, una fe sin acciones, o una fe que produce acciones.

Romanos 10:10  Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.

Ahora bien, la biblia dice que las palabras que salen de nuestra boca provienen de la abundancia de nuestro corazón, lo mismo ocurre con Dios, porque él nos creó a su imagen y semejanza. Es decir, cuando nuestro Padre habla, todo lo que él dice, sale de la abundancia que hay en su corazón.

Mateo 12:34 “…Porque de la abundancia del corazón habla la boca”.

Por lo tanto, cuando Dios habla, en realidad Dios también está mostrando su corazón, cuando se desata una palabra de Dios, de alguna forma también se está revelando el corazón del Padre. Además, como es nuestro corazón el que recibe su palabra para transformarla en fe, cuando Dios habla en realidad está transmitiendo su corazón al nuestro, está depositando en nuestro corazón, lo que su corazón contiene.

Manifestando la vida de Dios en lo práctico

La oración o confesión de fe

Un aspecto importante en la salvación de una persona es la oración o confesión de fe. Con esto nos referimos a una oración como la que sigue a continuación:

“Dios, reconozco que soy pecador, pero hoy te pido que me perdones por cado uno de mis pecados y errores. Te agradezco por enviar a tu hijo Jesús a morir por mí en la cruz. Hoy te recibo en mi corazón para que habites en él, y me hagas tu hijo. Te reconozco como mi señor y salvador, inscríbeme en el libro de la vida. Y desde este día quiero tener una relación personal contigo”.

Al inquirir más detenidamente en la oración o confesión de fe, es posible notar que esta tiene precisamente la intención de manifestar la vida de Dios. La persona debe reconocer que ha sido un pecador, porque el pecado da a luz la muerte. En cambio, el perdón de Dios, gracias a la obra redentora de Jesús, conecta a la persona con la vida eterna. Por esta razón, independiente de cómo se redacte o formule, una oración de este tipo tiene, al menos, dos elementos: el despojarse de la muerte a través del reconocimiento de que somos pecadores, y el recibimiento de la vida de Dios a través del perdón de pecados. Por supuesto, no basta con que la persona solo exprese algo, esto debe salir de la fe que hay en su corazón.

Romanos 10:9-10 que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación.

¿Cómo llevar a alguien a realizar esa oración?
Básicamente a través del plan de salvación: todos hemos pecado, y ese pecado nos ha apartado de Dios. Dios es justo y por lo tanto merecemos la muerte eterna, y no la vida eterna. No obstante, el Padre nos ha amado tanto que envió a su hijo Jesús para morir por nuestros pecados, de modo que en su muerte el pagó el castigo por nuestros errores. Entonces, todo aquel que recibe el sacrificio de Jesús, confesándolo como señor y salvador puede recibir la vida de Dios convertirse en su hijo. Esto es un regalo de Dios, porque siendo pecadores no lo merecíamos, pero él nos ama y quiere tener comunión con nosotros, y manifestar su propósito en nuestras vidas. Por lo tanto, la salvación es por gracia y por medio de la fe.

Entonces, en resumidas cuentas:
- Estamos muertos por causa de nuestros pecados.
- Pero Dios nos ama
- Jesús murió por nuestros pecados para llevarse nuestro castigo.
- Si confieso a Jesús como Señor y salvador recibo su salvación.
- Si recibo a Dios me vuelvo su hijo, y tengo comunión con él.

Romanos 3:23  “por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios”.

Juan 3:16 “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna”.

1 Juan 4:15 “Todo aquel que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, Dios permanece en él y él en Dios”.

Juan 1:12 “Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios”.

Efesios 2:4-5 Pero Dios, que es rico en misericordia, por el gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos).

Efesios 2:8-9 Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe.

Finalmente, no resulta para nada accesorio señalar que tanto la oración como “el plan de salvación”, si bien son de enorme importancia para ayudarnos y guiarnos a evangelizar, Dios no está atado a manifestar su vida en esa forma o metodología específica. Es decir, Dios puede valerse de otra manera para alcanzar el corazón de una persona, y no necesariamente a través de la exposición de ciertos pasos previamente aprendidos. Como seres humanos podemos caer en la tentación de volver esto en algo mecánico: en acercarnos a alguien y casi recitarles el plan de salvación. Pero no podemos limitarnos con ello, pues Dios puede mostrar su amor a una persona desnudando su corazón a través de una palabra de ciencia, a través de una sanidad o milagro, y con un largo etcétera al que no quisiera yo ponerle fin o límites.






Ángelo Palomino Díaz 

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